martes, 2 de octubre de 2018

Ser zamorano mola


Muchos lo tienen, lo saben, lo ven y no lo aprecian. Pocos valoran las virtudes de la gran desconocida. Pocos, pocos y cada vez menos. Y lo peor es que te miran raro y se extrañan cuando te sinceras sobre tu ciudad.

Sí, soy un enamorado del paseo que empieza en Las Tres Cruces y termina en la Catedral, mientras paras en La Valenciana, Los Lobos o en el caballero para no perder fuerzas en el trayecto. Soy un enamorado de todas y cada una de las Iglesias que ves por el camino, porque dan un color especial. Soy un enamorado de la bajada de Balborraz. Soy un enamorado del paisaje que te encuentras en el Castillo de la Catedral. Soy un enamorado de los árboles unidos entre sí en la Plaza de Viriato. Soy un enamorado de la marcha de Thalberg. Soy un enamorado de los tres puentes peatonales que dan una perspectiva distinta pero igual de increíble cuando los atraviesas. Soy un enamorado de todo el verde que se ve en Valorio y en San Martín. Soy un enamorado del sillón de la Reina y de la puerta de la Traición. Soy un enamorado de las patatas bravas, de los pinchos, del dos que sí y uno que no. Soy un enamorado de la sonrisa que se le escapa al cualquier zamorano en una ciudad lejana cuando alguien pregunta "¿qué significa "cuzo"?". Soy un enamorado de las magníficas costumbres, tradiciones y gentes que hacen grande a mi ciudad.

Y sí, soy un enamorado de estar enamorado de todo lo anterior. De que mis reyes sean Alfonso VIII y Doña Urraca, de que mis guardianes sean el Peromato y la Gobierna y de que mi bandera sea la Seña Bermeja. Y no, a mi no me avergüenza de decir, esté donde esté, que soy zamorano, y que Zamora es una ciudad increíble. Una lástima que para todos no sea igual, ni estéis enamorados de algo de todo lo anterior, porque no sabéis lo que os perdéis.

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